Un hombre espera con impaciencia, mirando hacia la gran avenida. Se pasea de un lado a otro y fuma con prisa. Sus sentidos vuelven a alterarse cuando evoca vivídamente una voz de mujer que le susurra al oido muy quedamente "Mañana seré tuya. Te entregaré mi cuerpo y mi alma" y ahora está ahí, esperando que esa promesa se haga realidad.
En la distancia, ve aparecer esa figura que le es tan conocida. Fueron tantas las veces que la imaginó en sus brazos desnuda, brindándose toda para él, entregándole su piel que imagina suave y con aroma indescifrablemente dulce. Allá se acerca ese cuerpo que mil veces soñó poseer y acariciar con lentitud. Fueron noches de desesperación y rabia pues el deseo de hacerla suya, llenaba todos y cada uno de sus pensamientos impidiéndole conciliar el sueño.
Hoy, ahora, ella le pertenecerá para siempre, será parte de su piel, de sus deseos y de la pasión disimulada que muestra en esos ojos que le miran con ternura y amor. Sí, hoy la amará como siempre ha deseado, la guiará por los senderos del placer, no soltará su mano. Le enseñará a besar y a reconocer su cuerpo sin dejar ningún lugar por recorrer. Aprenderá a su lado a pedir y a brindar todo aquello que su sexualidad le demande o le sugiera. Será su alumna y su tirana, su diosa y simplemente su mujer.
Ella, algo ruborizada se acerca a su lado. Se toman de la mano sin decir nada, sólo una mirada en la que los dos amantes dejan claro que aceptan lo que ocurra desde ese momento ya el tiempo dirá la última palabra de esta historia que, seguro se está repitiendo en muchos lugares.
El pequeño hotel al que llegan se ve como perdido en ese mundo de cemento que les rodea. Es sencillo, se le reconoce porque apenas tiene una tenue luz que indica que desde este instante y por algunas horas, será su reino. Es el lugar donde darán vida a sus deseos y forma a todas las fantasías que cada uno guarda en su mente. Entran con decisión. Ella se vuelve a verle por unos segundos, sus ojos están nublados por el deseo, apreta la mano del hombre que la mira con ternura y camina tranquila a su lado.
Están solos, algo nerviosos. Una imponente cama en medio de ellos, les invita a acercarse, no hay ruido alguno, sólo la respiración fuerte y ansiosa de los amantes que no saben cómo manejarse en ese primer momento. Él entiende la inquietud de ella yse aproxima lento, la estrecha entre sus brazos, la besa delicadamente. Al comienzo, es un beso lento y húmedo luego, se torna posesivo e invasivo, ella corresponde con pasión. Así, sin notarlo siquiera, caen sobre la cama, sus bocas siguen unidas y las manos comienzan a invadir sus cuerpos que ya están sintiendo el ardor que despierta la pasión y el deseo contenido por tanto tiempo.
Sus ropas quedan repartidas por el suelo, nunca sabrán cómo la desnudez se hizo parte de ellos, pero poco importa ahora ese detalle. Ahora simplemente son dos amantes ansiosos de tocarse y prodigarse sin medida. Pequeños gritos y gemidos indican que ya la verguenza y el temor quedó olvidada en un rincón de esa habitación cómplice.
Dos cuerpos desnudos se agitan entre besos y palabras inentendibles. Ahora, un hombre y una mujer disfrutan de recorrer con su boca una geografía de piel y rincones que despiertan sus sentidos y alocan las emociones. Ella, ya sin timidez alguna, lame, besa, muerde, sorbe y recorre esa piel de hombre que enerva sus deseos. Bebe la escencia de la virilidad de su amante fogoso. El, besa con bríos cada centimetro de ese cuerpo que se le entrega ansioso, sus manos con caricias audaces, despiertan gemidos en su compañera. La mira revolverse en ese lecho ya todo alborotado y vuelve a acariciarla con más intensidad. Ella grita y gime pidiéndole ser poseída para calmar esa desesperación que la domina.
Un cuerpo de mujer con senos suaves y generosos se ofrece al hombre que enloquecido besa y muerde esos pezones erectos que denotan que su hembra está ardorosa y necesitada de ser contenida. Allá, más abajo donde se encuentra la zona del placer, la húmedad y la impaciencia se apropian de ese rincón que pronto será avasallado con fuerza, dando salida por fin a toda la voluptuosidad de la pasión que en este momento espera anhelante la invación masculina para ser sometida sólo a la exigencia de los sentidos.
Llega el momento que tanto han ansiado los amantes, el fuego que llevan brota sin control, sus pieles sudorosas evidencian la fuerza de esas caricias que se han prodigado sin medida alguna. El placer llega a sus cuerpos arrasándolo todo, dejándolos inertes y sin fuerzas. Se abrazan en la culminación de ese goce indescriptible que se apropia de sus sentidos, jadean sin poderse contener. Su respiración es entrecortada y sus ojos permanecen cerrados, leves espasmos agitan sus cuerpos y el sudor brilla con la luz pequeña lámpara que les ha observado silenciosamente. La espera que enloqueció sus cuerpos y sus mentes se ha hecho realidad, ahora sólo se dejan llevar por ese estado aletargamiento que embarga despues de hacer el amor.
Ya ha todo acabado, exhaustos se dejan caer sobre el lecho todo revuelto, no se miran, sólo sus manos se enredan en un gesto espóntaneo. El con ternuna la atrae hacia su pecho, amorosamente ordena esos cabellos alborotados, besa su rostro y dice su nombre en un susurro. Ella se apreta a él, abrazando ese cuerpo de hombre agotado y de respiración aún alterada. Obstinadamente, ambos callan, quieren decirse mucho, pero no se atreven a romper el sortilegio que su pasión ha creado. Pasa tiempo antes que él, solícito le ofrezca un vaso de vino. Ambos beben de la misma copa y vuelven a transmitirse en ese tierno acto, la ternura que les unió antes que el deseo lo invadiera todo.
La madrugada los sorprende hablando de mil cosas, hasta que ese duendecillo travieso llamado deseo, toca sus pieles y una vez más vuelven a amarse con tanta intensidad que cuando sus ansias son plenamente satisfechas, quedan ya sin siquiera poder caer uno en los brazos del otro, esta vez, sólo cierran sus cansados ojos y el sueño los transporta a otro mundo. Sus rostros evidencian alegría y algo que aún no saben; amor...
Una brisa suave e indiscreta, entra por la ventana entreabierta y sorprende a dos amantes que duermen sin saber que un bello angelito está tejiendo a su alrededor un sólido hilado de plata que los une para siempre, ya el tiempo les dirá que no sólo están atados el uno al otro por el deseo, sino también por un sentimiento fuerte que aún deben descubrir.
El amor existe y Dios también, esta noche quedó claro...
De: L.
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