La casualidad los juntó y el amor los separó. Esta es la triste historia de dos seres que van solitarios por el mundo, cada cual renegando ser quien es y estar donde está. Un fuerte sentimiento los une y tantas cosas los separan que calladamente, eligieron alterar el rumbo que seguían. Optaron por la soledad y por el silencio, soñando con la idea que quizás, en alguna otra vida, habrá una oportunidad para ellos.
El le regaló una rosa y un libro. Ella besó mil veces esa flor que llegó mustia a sus manos y guardó bajo su almohada el libro que le dedicó ese príncipe de bellos ojos verdes que el destino puso en su camino sólo para que lo recorriera a su lados unos pocos días.
El piensa en ella cada día y sueña que juntos van de la mano recorriendo grandes y pobladas avenidas de un país al que no le pondrán nombre, ya que será simplemente el mundo al que ellos querrían darle vida. Ella calla su emoción y esconde con obstinación la ternura que siente por ese hombre de pocas palabras y a escondidas dibuja un corazón que llena con las iniciales de ambos, pero que impulsivamente rompe, teme aceptar lo que su corazón ya no desea ocultar.
El es el sol, ella la luna y cada día sólo tienen breves instantes para encontrarse casi furtivamente. Hablan de mil cosas, pero lo que realmente desean decirse lo callan, saben que ese amor es imposible, lo que los une es un bello y dulce sentimiento, pero los separan convencionalismos contra los cuales, no pueden luchar. Eligen disimular lo que sus corazones sienten y darle el nombre de amistad, así nadie podrá acusarlos de romper los esquemas que fija la sociedad en la que viven.
El mira sus manos, están tan llenas de amor para dar, pero ella no está ahí para recibir todo lo que tiene para entregarle. Fantasea con abrazarla y musitar su nombre hasta agotar su alma, la imagina con los cabellos al viento, riendo y con todos esos ademanes que aprendió a conocer de tanto soñarla. Abre sus ojos y sólo ve libros de poemas y sus adornos marinos que tanto le gustan. Se levanta cansadamente y abre la ventana, allá afuera el mundo duerme, nadie sabe de su soledad, su falta de besos y caricias. Mira a la distancia y grita el nombre de la mujer que ama con pena y con rabia.
Ella, pasea por la ciudad, sus ojos se ven tristes, camina lentamente, sus manos aferran con fuerza un pequeño obsequio que compró para ese ser que muchas veces, pareciera no existir, está tan lejos e inalcanzable como una ilusión. Lo imagina dormido totalmente desconectado de su mundo, ese que mira en este momento y en el que él no tiene cabida.
La soledad les pesa en el alma y la rabia se acumula cada día que pasa, aprendieron a quererse, pero también saben que deben renunciar a ese amor que les nubla los sentidos porque está prohíbido. Sin palabras le piden a ese Dios en el que creen que algún día les conceda estar juntos, no le piden más que unas horas para compartirse mutuamente y deleitarse con su sola presencia. Ríen al imaginar las miles de cosas que harían juntos. Sólo sería un día, después de eso, nunca más volverían a estar juntos. Nunca más volverían a sentir la tibieza de sus pieles y sus manos nuevamente quedarían vacías, pero tendrían algo que recordar y aunque pase el tiempo, aunque nunca más puedan mirar a los ojos nuevamente, estarán unidos hasta que nazca un nuevo sentimiento en alguno de ellos.
Hoy, ahora, hay dos seres en el mundo, un hombre y una mujer que sueñan y esperan un milagro, quizás no llegue nunca, pero, mientras exista la ilusión, habrá una esperanza para ellos. Es un amor prohíbido, pero la nobleza de ese sentir, lo hace válido aunque si el mundo se entera, querrá alejarlos por eso, él se aferra a un compromiso que ya no tiene y ella, se escuda en un amor que ya no siente.
El dice su nombre allá, en la distancia antes de dormirse. Ella, le envía un beso y comienza su día. Nadie les escucha, nadie les ve, es su secreto de amor. Amor imposible con fecha de muerte, sin testigos ni palabras, sin un beso para recordar y sin la bendición de Dios.
De: A.
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