Habían pasado dos vidas unidas tan solo por el pensamiento y el sentimiento, alejadas por circunstancias de las propias vidas. No pudieron vivirlas unidos pero en ellos seguía anidando el amor que un día vivieron.
Agustín era fiel a su amada esposa que en una cama yacía. Su mujer no había podido soportar la pérdida de su único hijo y por ello enferma de tristeza seguía. Nada le importaba, nada quería, nada la atraía, nada la animaba. Ni siquiera el amor de Agustín que siempre a su lado seguía.
Un día Agustín, a la salida del trabajo, se encontró con un amigo. Su amigo quiso invitarlo a un café pues muy bien no lo veía. Sabía de los problemas de la mujer de su amigo, de su enfermedad y quiso una vez más animarlo. Agustín le dijo que no tenía tiempo para aquel necesitado café a lo que su amigo le dijo, que no importaba si llegaba a su casa media hora antes o media hora después, que su mujer no lo notaría y a él le haría bien un rato de charla y camaradería.
Aceptó y agradeció Agustín ese necesitado café y en animada charla pasaron un rato muy agradable ambos amigos. Cuando ya se disponían a salir, entró en aquel lugar, una señora de mediana edad que saludó al amigo de Agustín. En aquel momento todo el lugar quedó impregnado de un suave aroma difícil de definir. Agustín y la bella dama se miraron sin palabras y el amigo de ambos los presentó.
Debía irse ya, había pasado casi una hora desde que salió del trabajo y Agustín sufría por su mujer, por si necesitaba algo. Se despidió amablemente y aquella señora, llamada Lucia, le dijo que tal vez ella podría ayudarle a evadirse de sus penas, que ella y la música lo conseguirían.
La noche era agradable, Agustín seguía envuelto por el aroma de Lucia y en su mente se repetían una y otra vez sus últimas palabras...
"Ella y la música lo conseguirían"
No tenia la mente preparada para saber que significaba aquello y sin saber porqué tales palabras lo inquietaban hasta el punto de necesitar saber su significado.
Aquella noche no pudo dormir, veía a Lucia, sentía su aroma, recordaba sus inquietantes palabras. Por lo que a la mañana siguiente fue en busca de su amigo, necesitaba localizar a Lucia.
Agustín y Lucia se encontraron en el mismo café y ya por fin él pudo comprender. Lucia era profesora de baile, regentaba una academia para tal fin y contaba con numerosos clientes que necesitaban el baile para desinhibirse de los problemas de cada cual.
Al bailar, comentaba ella, te dejas llevar, te concentras en la música, viajas al lugar donde deseas estar y con envolventes sonidos y pasos firmes llegas a tal lugar. Una vez allí te olvidas de todo y a cada paso de baile te encuentras en un mundo distinto, es el mundo de tus deseos y vas abriendo las puertas de tus sueños.
Agustín la escuchaba sin poder articular palabra, la belleza de su voz lo mantenía en ese mundo que el quería, ese mundo que necesitaba para poder recobrar fuerzas y seguir con su mundo real.
Lucia consiguió rápidamente un alumno más, a condición que únicamente ella fuera su pareja de baile, pues con ella sí lo conseguiría.
Llegó el primer día de baile, Agustín cuidó cada uno de los detalles, anteriormente estuvo en el barbero, un corte de pelo le vendría bien. Se vistió con su mejor traje y buscó la camisa mejor planchada; cosa bastante difícil pues él se tenía que ocupar en sus ratos libres de todas las labores del hogar, y precisamente planchar no se le daba muy bien.
Lanzó al aire su mejor perfume y caminó bajo el, con el fin de atrapar en su ser toda su fragancia. Una mirada rápida al espejo para darse el visto bueno a si mismo y un cepillado de su zapatos para abrillantarlos de un modo especial. Los zapatos, pensaba, son primordiales para el baile, además que definen a la persona que los lleva.
Entró en aquella sala de baile que se le antojó el mejor de los paraísos, desde el momento que Lucia le ofreció su mano. Sin saber como, Agustín se dejo llevar y fue el mejor bailarín, llegando en su pensamiento e imaginación a bailar sobre las nubes, rozando un cielo azul y rodeado del aroma de las más bellas flores, parecía que soñaba, que estaba viviendo el mejor de sus sueños, pero no era un sueño, era una realidad.
Al regresar a casa, estaba asustado por sentirse tan bien y se dijo a sí mismo que no tenía derecho a tanta felicidad, que se debía a su mujer y que no debía volver al baile nunca más.
Pasaron los años y aunque echaba de menos aquella sensación de sueño producida por el baile, nunca regresó a aquella academia y vivió abrazándose a aquel recuerdo agridulce, a veces emocionado, a veces triste.
Un día caminando por la calle, se cruzó con Lucia, estaban tan cambiados que no se reconocieron, ambos pasaron de largo cuando de pronto el se quedó mirando a su sombra y a la de Lucia y felizmente vio como ambos se acercaban a iniciar de nuevo aquel baile que tiempo atrás dejaron con mucho deseo de continuar porque
"Ella y la música, ambas en su recuerdo, lo conseguirían"
Amora.
Agustín era fiel a su amada esposa que en una cama yacía. Su mujer no había podido soportar la pérdida de su único hijo y por ello enferma de tristeza seguía. Nada le importaba, nada quería, nada la atraía, nada la animaba. Ni siquiera el amor de Agustín que siempre a su lado seguía.
Un día Agustín, a la salida del trabajo, se encontró con un amigo. Su amigo quiso invitarlo a un café pues muy bien no lo veía. Sabía de los problemas de la mujer de su amigo, de su enfermedad y quiso una vez más animarlo. Agustín le dijo que no tenía tiempo para aquel necesitado café a lo que su amigo le dijo, que no importaba si llegaba a su casa media hora antes o media hora después, que su mujer no lo notaría y a él le haría bien un rato de charla y camaradería.
Aceptó y agradeció Agustín ese necesitado café y en animada charla pasaron un rato muy agradable ambos amigos. Cuando ya se disponían a salir, entró en aquel lugar, una señora de mediana edad que saludó al amigo de Agustín. En aquel momento todo el lugar quedó impregnado de un suave aroma difícil de definir. Agustín y la bella dama se miraron sin palabras y el amigo de ambos los presentó.
Debía irse ya, había pasado casi una hora desde que salió del trabajo y Agustín sufría por su mujer, por si necesitaba algo. Se despidió amablemente y aquella señora, llamada Lucia, le dijo que tal vez ella podría ayudarle a evadirse de sus penas, que ella y la música lo conseguirían.
La noche era agradable, Agustín seguía envuelto por el aroma de Lucia y en su mente se repetían una y otra vez sus últimas palabras...
"Ella y la música lo conseguirían"
No tenia la mente preparada para saber que significaba aquello y sin saber porqué tales palabras lo inquietaban hasta el punto de necesitar saber su significado.
Aquella noche no pudo dormir, veía a Lucia, sentía su aroma, recordaba sus inquietantes palabras. Por lo que a la mañana siguiente fue en busca de su amigo, necesitaba localizar a Lucia.
Agustín y Lucia se encontraron en el mismo café y ya por fin él pudo comprender. Lucia era profesora de baile, regentaba una academia para tal fin y contaba con numerosos clientes que necesitaban el baile para desinhibirse de los problemas de cada cual.
Al bailar, comentaba ella, te dejas llevar, te concentras en la música, viajas al lugar donde deseas estar y con envolventes sonidos y pasos firmes llegas a tal lugar. Una vez allí te olvidas de todo y a cada paso de baile te encuentras en un mundo distinto, es el mundo de tus deseos y vas abriendo las puertas de tus sueños.
Agustín la escuchaba sin poder articular palabra, la belleza de su voz lo mantenía en ese mundo que el quería, ese mundo que necesitaba para poder recobrar fuerzas y seguir con su mundo real.
Lucia consiguió rápidamente un alumno más, a condición que únicamente ella fuera su pareja de baile, pues con ella sí lo conseguiría.
Llegó el primer día de baile, Agustín cuidó cada uno de los detalles, anteriormente estuvo en el barbero, un corte de pelo le vendría bien. Se vistió con su mejor traje y buscó la camisa mejor planchada; cosa bastante difícil pues él se tenía que ocupar en sus ratos libres de todas las labores del hogar, y precisamente planchar no se le daba muy bien.
Lanzó al aire su mejor perfume y caminó bajo el, con el fin de atrapar en su ser toda su fragancia. Una mirada rápida al espejo para darse el visto bueno a si mismo y un cepillado de su zapatos para abrillantarlos de un modo especial. Los zapatos, pensaba, son primordiales para el baile, además que definen a la persona que los lleva.
Entró en aquella sala de baile que se le antojó el mejor de los paraísos, desde el momento que Lucia le ofreció su mano. Sin saber como, Agustín se dejo llevar y fue el mejor bailarín, llegando en su pensamiento e imaginación a bailar sobre las nubes, rozando un cielo azul y rodeado del aroma de las más bellas flores, parecía que soñaba, que estaba viviendo el mejor de sus sueños, pero no era un sueño, era una realidad.
Al regresar a casa, estaba asustado por sentirse tan bien y se dijo a sí mismo que no tenía derecho a tanta felicidad, que se debía a su mujer y que no debía volver al baile nunca más.
Pasaron los años y aunque echaba de menos aquella sensación de sueño producida por el baile, nunca regresó a aquella academia y vivió abrazándose a aquel recuerdo agridulce, a veces emocionado, a veces triste.
Un día caminando por la calle, se cruzó con Lucia, estaban tan cambiados que no se reconocieron, ambos pasaron de largo cuando de pronto el se quedó mirando a su sombra y a la de Lucia y felizmente vio como ambos se acercaban a iniciar de nuevo aquel baile que tiempo atrás dejaron con mucho deseo de continuar porque
"Ella y la música, ambas en su recuerdo, lo conseguirían"
Amora.
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