Me gusta observar a la gente, sonreírle a los desconocidos, el sonreír de un niño, unas veces en medio de la plaza otras en el kiosko del parque, me siento, disfruto la tarde acompañada de panorama vigente, escucho a la gente, huelo el aire, disfruto ver como adultos y pequeños vienen y van; el adulto pensando en el trabajo, el pequeño en sus carritos, cada quien con sus preocupaciones, cada quien con su mundo en la cabeza. Ahí me quedo, escucho, veo, disfruto; antes los solitarios se acercaban y conversaban, ahora si están solos se encuentran en medio de una llamada, o enviando mensajes o simplemente escuchando música.
Recuerdo a Juan, lo conocí hace 8 meses aproximadamente una fresca tarde en el parque, tenía más de 7 décadas de vida, ese día estaba vendiendo dulces que traía en una cajita de madera que él mismo había hecho, la cajita estaba rebosante de caramelos, paletas, chocolates, chicles y bobones, él, con la mirada profunda, se acercó, se sentó a mi lado y empezó a platicar; de joven criaba caballos, tuvo muchos oficios más, pero el que lo hacía plenamente feliz era ese, le maravillaba ver el nacimiento de un nuevo potrillo, trabajaba para el Licenciado Vargas, dice él: "un gran patrón", siempre nos ayudaba y se venía cuando iba a nacer un potrillo.
Juan dijo de cuando se enamoró por primera vez, luego la llegada de sus hijos ¡14 en total! (eso es ser valiente), despues claro llegaron los nietos que ya no se acordaba cuantos eran, y mientras revivía platicando me gustaba ver la forma especial en que sus ojos brillaban, me contagiaban hasta lo más profundo de mi ser de una mezcla de alegría, tristeza, nostalgia, felicidad, sonrisas, al platicar me llevaba de la mano por la novela de su vida.
Compré unos caramelos instantes antes de que llegaran unos pequeñines a comprarle bombones y chocolates, él sonreía con ellos como pidiendo que le contagiaran la juventud. Al terminar la venta les hizo un truco con la moneda, disfrutó sus caras de asombro y sorpresa, se despidió de todos y se fué caminando lentamente, con su bastón en una mano y su cajita de dulces en la otra, no le perdí de vista hasta que desapareció, me quedé disfrutando el caramelo inmersa en su historia y en la sonrisa de los niños.
He vuelto a ese parque, no he coincidido de nuevo con Juan, pero sé que debe andar por ahí; platicando de caballos, del Lic. Vargas, haciendo trucos a los chiquillos y sobretodo contagiando la paz y alegría de su alma...Un beso para Juan, otro para tí que me acompañas..
Tomado de: INSTANTES
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