La noche había ocupado todo. Una leve brisa cálida acariciaba el silencio de dos amantes oscuros, vestidos de sombras misteriosas en el sepulcro de sus más infinitas soledades.Sus ojos, hechizados, plagados de incertidumbre, saboreaban el vacío que los separaba, tan sólo milímetros.
No se podía juzgar si eran ángeles o demonios encarnados, fusionados para siempre.Todo rondaba la perfección del tiempo de tal forma que era imposible decidir si era un sueño o una ilusión demasiado profunda y anhelada. Pero ninguno de los dos quería escapar del otro, sentían una posesión aterradora y celestial.De repente, la nada. La luz se abrió paso y las sombras se desvanecieron.
Miraron sus rostros cansinos y con inefable rechazo se separaron y se perdieron entre la muchedumbre.Nunca más supieron el uno del otro, amantes anónimos en tierra de pesadillas espesas. Pero ambos llevan fundido en lo más recóndito de sus almas el mensaje que supo trasmitir aquella noche de penumbras:
“Las sombras habitan en la luz. La consumen. Esperan. Saben que un día llegará nuevamente el ocaso y podrán otra vez amarse en silencio, áspera y suavemente, sin nombre. Como se aman las sombras...”
Ariel Almada 1999
(Encontrado una noche de esas en que las sombras no pudieron encontrarse, donde el amanecer llegó en solitario y de nuevo la luz desvaneció todo)
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