Camina rápida por la calle, no mira a nadie, sólo ve al frente, como si nada existiera para ella. Se ve tan especial que llama la atención de quienes se cruzan en su camino. No es bella y su rostro luce pequeñas arruguitas alrededor de los ojos que le dan un aire de madurez, pero tiene algo que la hace diferente.
Su paso es rápido y sus cabellos se agitan con la brisa de la tarde que la acompaña. Sus grandes ojos tienen el color que dan las lágrimas y su boca apretada habla de sollozos reprimidos. No se ve triste, se ve decidida y su paso no es lento, es como si alguien la esperara en algún lugar. Lleva apretado contra su pecho un libro al que parece acariciar con esas manos blancas y delicadamente cuidadas.
Su recorrido termina frente a un hermoso lugar en donde se ven muchas mesas decoradas con elegantes manteles blancos y flores de mil colores repartidas por todos lados. Mira con detenimiento lo que la rodea. Sus ojos recorren el entorno, busca a alguien. Respira profundo y apretando el libro, se acerca a la gente que ríe alegremente y brinda por los enamorados que se han unido en matrimonio.
Su mirada se detiene en un hombre que viste con elegancia y que recibe saludos de quienes le rodean. Abraza y da apretones de mano, pero a su sonrisa le falta algo. Ella lo observa largo rato escondida tras una columna de rosas blancas. No hay llanto en sus ojos, sólo una mirada cargada de amor y ternura por ese ser que no sabe de su presencia.
Toma una copa de champaña que le ofrece un mozo solícitamente y la levanta en dirección a ese hombre que sigue rodeado de gente que le habla y a la que apenas responde con breves monosílabos. Nadie pareciera notarlo y si lo hacen, seguro piensan que es el nerviosismo que provoca el paso que acaba de dar; comprometerse en matrimonio con una bella mujer que lo mira arrobada y busca su abrazo. Brinda silenciosa por ellos mientras dos gruesas lágrimas se deslizan por su rostro.
Luego de un rato, se acerca a un garzón y le pide entregar el libro que con tanto cuidado y hasta emoción apretaba contra su pecho, le dice en breves palabras que se lo entregue a ese hombre que parece feliz. Le ruega con sencillez que no le diga quien se lo envía. El chico la mira con curiosidad, pero entiende que no debe preguntar nada. Toma el libro y se aleja. La mujer comienza a caminar hacia la salida, lleva su corazón oprimido, pero ya no hay más lágrimas, sino una tímida sonrisa que habla de alguien ya en paz.
El hombre recibe el libro y su expresión cambia, mira en todas direcciones buscando a quien se lo envió, su corazón se agita y sus manos se tensan oprimiendo ese obsequio simple, pero que representa algo tan especial. Sin poder evitarlo, corre hacia la multitud que lo mira algo extrañada. De repente, sus ojos ven a la mujer que camina rápidamente hacia la salida, quiere detenerla, pero se queda estático y murmura su nombre quedamente varias veces. Ella, como si escuchara su casi silencioso llamado, voltea, se miran unos instantes que parecen eternos y que terminan abruptamente cuando una bella mujer vestida de blanco, se abraza al cuerpo del hombre.
Ella ya no camina, corre. Escapa rauda de ese lugar donde deja a un hombre silencioso y contenido. No vuelve su vista atrás, sólo desea alejarse. Pasa mucho rato antes que su cuerpo agitado por la huída exija un descanso. Se detiene jadeante y mira a todos lados, nota que la calle está vacía y piensa que al fin podrá llorar con libertad. Se sienta en un parque solitario y deja que su llanto aflore sin pudor alguno. No dice nada, simplemente llora. No se lamenta ni reniega de Dios, después de todo, vivió ese amor con locura, aunque se quedara con las manos vacías.
La luna la acompaña y la brisa acaricia con suavidad su rostro. No hay palabras de consuelo para ella. No hay un abrazo que le transmita calor, ni tampoco un beso que relaje su boca, sólo hay soledad que seguro el tiempo alejará, hasta entonces, repasará cada día los poemas que un hombre escribió para ella.
A.
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